sábado, 25 de junio de 2011

"SADRAC EN EL HORNO" de Robert Silverberg, o los jefes de estado y la enfermedad


                                                                  
En la novela de SF "Sadrac en el horno", Robert Silverberg cuenta la triste historia del médico Sadrac Mordecai, que tiene la triste función de mantener vivito y coleando al emperador planetario Gengis II Mao IV Khan. Obvio, es ciencia-ficción de la buena, pero la SF nunca está demasiado lejos de la realidad. Don Gengis Mao Khan es un hombre mayor al llegar al poder y sufre de una extraña enfermedad virósica: la descomposición orgánica (algo parecido a lo que le pasó a Herodes el Grande, según el Nuevo Testamento). El tirano controla el antídoto para tal enfermedad pero necesita de un médico permanente para poder él perpetuarse en el poder. Su equipo médico encabezado pro Sadrac, controla la salud del jefe de estado y cuando algún órgano falla, se encarga de sustituirlo mediante piezas artificiales o naturales. Por supuesto, la influencia de Sadrac es enorme al igual que su poder: todos lo respetan y es el único que se atreve a darle órdenes al Khan.
Khan no es un psicópata, pero la edad y el deterioro mental le hacen tomar a veces decisiones fatales. La novela es casi una reflexión sobre la megalomanía y la lealtad de los seguidores de los tiranos. Son fieles su señor, pero conscientes de que la situación puede descontrolarse. A veces las ordenes del Khan son absurdas, pero las llevan a la práctica con fría determinación, porque de lo contrario algún otro se encargará de llevarlas a cabo y el dubitativo perderá todo su ascendente y poder. Así, la corte del Khan vive en permanente conspiración latente contra él, pero sin apartarse de sus deseos, quizás porque todos saben que ninguno de ellos está capacitado para arrebatarle el poder, eliminar todo lo malo del gobierno del Khan y mantener lo bueno de su gestión. Temen que el caos que provocaría la falta del viejo gobernante, les quite todos sus privilegios y hunda al planeta en la aniquilación
(Fuente : www.cienciaficcion.com, Francisco José Súñer Iglesias, 2008)
                                                                    Robert Silverberg
Que la enfermedad siempre genera pudor e intenta ocultarse, es más viejo que la Historia. Si para colmo, el enfermo es un poderoso o un jefe de estado (también jefa, no seamos sexistas, que las reinas, princesas y presidentes se enferman de lo lindo), las cosas se complican. Porque la enfermedad dice que todos somos humanos e iguales, tanto ante ella como ante la muerte. 
La figura del médico real o presidencial tiene un peso histórico y politico nada despreciable, en tanto y en cuanto tiene la responsabilidad de mantenerlo vivo y saludable o, en caso de que eso no fuera posible, ocultar los efectos de la enfermedad hasta las últimas consecuencias. Eso, siempre y cuando sean escuchados y sus poderosos patrones no estén ya enfermos de poder y de "hybris". una palabra griega que significa "desmesura" u "rgullo y confianza desmesurada en sí mismo"  y que el Dr. David Owen retoma como definición de enfermedad del poder en su obra "En el poder y en la enfermedad", en la que analiza los casos de varios presidentes, primeros ministros y demás jefes de estado.
 Por otra parte, cuando se enferma el rey, se enferma el Estado. En la Biblia los reyes se enferman como castigo por la impiedad. El mal bíblico por excelencia es la lepra. En el Nuevo Testamento, a Herodes el Grande lo liquidan mediante una enfermedad espantosa mezcla de sífilis, gangrenas, pústulas, parálisis y demás lindezas, que no sabemos si es del todo verdad pero sí que es un castigo digno de semejante tirano vicioso y criminal como lo fue don Herodes.
                                                     David Owen-"En el poder y en la enfermedad"
Muchos reyes fueron víctimas de la sífilis( Enrique VIII, el de los matrimonios múltiples, Felipe II de España) , algunos de la lepra (Balduino IV de Jerusalén). Muchos padecieron las taras provenientes de la endogamia y nadie sabe más que eso que los reyes españoles Habsburgo, cuyo último rey Carlos II era llamado "El Hechizado" porque no le faltaba una enfermedad. La hemofilia también es un mal real, producto de la endogamia y sus víctimas se cuentan por toda Europa, transmitida por las mujeres Windsor a cuanto heredero al trono se casó con ellas. Acuérdense si no, del hijo varón del útimo zar Romanoff. La locura hizo presa de varios zares y emperadores, sobre todo porque cuando les agarraba reuma, a los médicos imperiales no se les ocurría nada mejor que curárselo con mercurio. Y del envenenamiento por mercurio a la psicosis hay un pasito. Así le fue a Ivan el Terrible, paranoico irremediable, y a ZiguangDi, primer emperador Chin de China. Los dos rechiflados por la inmortalidad y envenenados por mercurio, y toda la corte detrás haciendo las locuras que los emperadores querían. Porque en aquellas épocas ni se te ocurría desobedecerle al rey, aunque estuviera del tomate. Bueno, no siempre. En el caso de algunos reyes de Francia e Inglaterra, sus familias terminaron por archivarlos en alguna habitación de palacio hasta que estiraran la real pata y el trono pasara a uno heredero un poco menos colifato.
Los tiempos modernos nos regalan otros males, no porque antes no ocurrieran, sino que no se conocían, o los jefes de estado se morían antes de otras cosas o los liquidaba el mercurio. Hipertensión, arterioesclerosis (presidente Woodrow Wilson), cáncer (primer ministro británico Chamberlain y presidente de Francia Miterrand) , depresión (presidente Lincoln, primer ministro británico Winston Churchill) que es una de las enfermedades más frecuentes, problemas cardíacos, hasta mal de Alzheimer (pte. Ronald Reagan) y alcoholismo (presidente Leonid Brezhnev, senador Joseph McCarthy, presidente Richard Nixon) . Por nuestros pagos, ahí anduvo don Hipólito Yrigoyen en su segunda presidencia ( ya anciano empieza con una gripe y el deterioro avanza inexorable), Ramón Castillo y su ceguera debida a la diabetes;  Menem con la obstrucción de la aorta y alguna enfermedad neurodegenerativa posterior (basta con verlo hoy por la tele para darse cuenta), De la Rúa (problemas coronarios y posibles síntomas de Alzheimer), y más recientemente, el ex-presidente Néstor Kirchner con sintomatología similar a la del presidente Menem, junto a un cuadro cardíaco severo.
Lo que suele caracterizar a los males de los poderosos es el ocultamiento, tanto por parte del enfermo como del entorno político. Obvio, la enfermedad es debilidad y un estadista no puede permitirse ser débil. Esa condición debe ocultarse a cualquier costo. Y el entorno lucha por ocultar el mal, porque el jefe de estado, el rey, el primer ministro, la primera dama, deben permanecer en el bronce, más allá de cualquier mal. Y ahí aparece la obligada complicidad del médico, los ministros de confianza y todo el entorno del político, que luchan por ocultar lo que en algún momento se volverá evidente.  O quizás sea que el enfermo no puede aceptar que no es omnipotente y elige ocultarse a sí mismo el mal, porque se sienten entre inmortales, irreemplazables e insustituibles. Y como dice una conocida mía, el cementerio está lleno de imprescindibles. 

Descargar "Sadrac en el horno" de R. Silverberg
Nelson Castro: "Enfermos de poder"

 Mónica Sacco

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